Son las doce de la mañana (aproximadamente) y la fiesta ha concluido. Los tamborileros cargan con su tambor a la espalda, yo guardo mi cámara y a los cristos y vírgenes de madera los meten en sus iglesias. Las calles y las ventanas se van vaciando hasta la tarde, que habrá otra sesión de divinidades sufrientes callejeando entre capuchones, pero ya sin tambores por lo que resultará anodino. Es hora de dar media vuelta y marcharse de Cuenca hasta cualquier año de estos.
Hay muchas más maneras de no ser que de ser. Jorge Wagensberg