«…El ser humano intenta, durante toda su vida, salvaguardar y mantener en su interior esos secretos insignificantes, con un sentimiento de devoción fervorosa, crispada y demente, sin que ello tenga sentido alguno, puesto que acabará por descubrirse -en el momento de la muerte o incluso antes- que no había ningún secreto…» Sándor Márai.
Otro secreto sin importancia: fui fumador. Un rasgo de mi cobardía adolescente consistió en que mi madre, que veía muy mal que pudiera fumar (la pobre sufría mucho con los vicios de mi padre -fumar y beber- que le llevaron a la tumba, prematuramente, a los 51 años), me dijo que no debía fumar y obedecí (me habían dicho lo bueno que era y tenía que cumplir con mi papel). Empecé a los veinticinco años casi como un gesto de rebeldía transgresora que hizo que me sintiera valiente y que mi autoestima subiera un poquito «que tontito era pepito». Fumé hasta los cuarenta años, quince más o menos. Hace mucho tiempo que lo dejé y ya no me acuerdo con deseo; sin embargo, todavía saboreo el inmenso placer que me producía. Momentos disfrutados con un cigarro en la mano: matar el tiempo en el campo esperando que una nube molesta se apartara y me permitiera hacer la fotografía que esperaba; interminables horas de laboratorio oliendo la inigualable y penetrante mezcla de tabaco y químicos fotográficos; amigos, charlas y copas; deambular solo por bares en los momentos en que se escenifican las ceremonias del amor, cuando casi siempre conseguía desear a alguna mujer que solía estar algo alejada y generalmente con otro; pero al menos a mi me quedaban las copas al calor de la música fumando, siempre fumando, porque así todo era más leve. También el cigarro saboreado despacio en la cama, los domingos por la tarde, junto a la amiga amante del momento. Mis años de fumador coincidieron con los más frívolos y soportablemente desesperados: hubo risas, algo de aventura, suficiente sexo (si es que esa medida existe) y cigarros, muchos, consumidos con placer.
Poder fumar es una bendición -dijo aspirando el humo con delectación. Herbert George Wells