Los músicos se fueron y de los altos edificios nos cansamos pronto, así que decidimos irnos hacia la costa, a Santa Mónica, tal vez. No llegábamos nunca: entrábamos, salíamos y volvíamos a incorporarnos a autopistas sin lógica aparente. Nos costaba mucho llegar donde pretendíamos, y decidimos cambiar de estrategia sin perder de vista la dirección que nos interesaba: no era ninguna catástrofe no llegar con exactitud, al fin y al cabo no estábamos en guerra y nadie anhelaba nuestra presencia. Allí donde cayéramos seguramente estaría bastante bien. Que el azar metiera la nariz en el asunto. Llegamos al atardecer a una playa en la que una larga pasarela de madera se adentraba en el mar, cargada de pescadores. Había muchos (casi todos latinoamericanos y orientales). No hicimos nada en especial allí, miramos lo que hacían los pescadores y como aparentemente nunca hacen nada, nos cansamos enseguida. Fotografiamos un poco: el último sol de ese domingo, frente al pacífico, iluminó este retrato.
Vivian Sternwood: no veo por qué tiene que hacerse el listo Sr. Marlowe; y no me gustan sus modales.
Philip Marlowe: a mi no me enloquecen los suyos y no he pedido esta entrevista. Me tiene sin cuidado que no le gusten mis modales, ni siquiera me gustan a mí, me hacen llorar en las noches de invierno y me importa tanto que se meta conmigo como que se tome la sopa con tenedor, así que no trate de confundirme.
V.S.: nadie usa ese tono conmigo. Cree que se puede tratar a las personas como si fueran focas amaestradas?
P. M.: Me suele salir bien así
V. S.:¡ qué amable es usted!