tiré el rollo roto a la papelera (maldita sea, con las fotografías tan estupendas que creía haber hecho) y me dije que debía empezar de nuevo. Volví a la puerta de entrada (no me fue fácil encontrarla) y comencé. Era la tercera vez que me acercaba a la misma galería (creo que ya me conocían) y terminaron echándome, claro: era la única que tenía un cartel de prohibido fotografiar, pero a mi me daba igual. Se acercó un tipo y me dijo que si quería hacer fotos las hiciera desde fuera: le miré displicentemente, como diciéndole: «tío, déjame en paz«, en realidad fue lo que pensé, no se lo dije pero procuré hacerme entender con la mirada. Me largué sin mediar palabra; no sin antes fotografiar esta composición de dos personas hechas polvo, verdaderamente «jodidas»; eran como leprosos pobres. La sensación que provocaban era una mezcla de estupor y fascinación. No, no eran bellos, ni falta que hacía por otra parte; lo cierto es que no se olvidaban fácilmente. A mi me gustaron; aunque nunca compraría semejantes adefesios.
19 MARZO 2008
© 2008 pepe fuentes