Avanzo por este feísimo camino lleno de charcos. Me da igual como es, al menos me encuentro a poca gente, aunque la mayoría sea desagradable; por ejemplo, lamentablemente, nunca me encuentro con mujeres. En el iPod escucho a Penderecki y leo Peleando a la contra, de Charles Bukowski, esquivando charcos; tengo mucha habilidad en eso. En estos últimos días este libro me acompaña a todos sitios, siempre lo llevo en la mano, lo lea o no. Es una buena compañía. Tres jovencitos vienen hacía a mí en bicicleta, uno de ellos, bastante feo por cierto; a los otros dos ni los miro. Me pregunta muy modoso: –sabe usted si por este camino llegamos al vivero-, -sí, al final del camino- les contesto. Me trae sin cuidado que lleguen o no al vivero. Sigo con Penderecki, pero aquí no puedo reproducir lo que oigo, sólo recordar que se trata de su sinfonía número 3. Sin embargo, sí puedo transcribir algo de lo que he leído de Bukowski por el áspero camino por el que pedaleaban jovencitos buscando un vivero:
la gente que cree en la política
es como la gente que cree en dios:
sorben aire con pajitas
torcidas.