Colás Fuentes
TRES de septiembre y cualquier otro día
al mismo tiempo, diez, por ejemplo.
Qué más da…
pero NO, el que hoy sea tres, no da igual.
Todos los días tres de septiembre de mi vida
nunca me serán indiferentes.
NO da igual que, hoy, hace treinta años,
el tres de septiembre, a las siete de la tarde,
muriera mi padre.
Me dieron la noticia en una plaza,
a las siete y media.
Corrí desenfrenadamente, en mi viejo coche,
por estrechas y oscuras callejuelas.
Estuve a punto de atropellar a algunas
personas
en mi desesperada carrera.
Me le encontré amortajado ya,
tendido sobre el suelo de su dormitorio,
solo y frío.
Mi madre lloraba apoyada en la pared.
Vestido con su traje, su único traje que
nunca se ponía,
rígido y pálido ya.
Me agaché para besarle en la frente,
qué tristeza, qué desolación.
Sus excesos me hicieron profundamente
infeliz durante mucho tiempo
en mi ciega adolescencia,
pero claro, qué sabía yo de la dureza de
la vida,
qué estúpida ignorancia.
La suya y la mía.
Malditas sean la ignorancia y la muerte.
Sobre todo la muerte.
Él murió un día como hoy, un tres de septiembre,
a las siete de la tarde.
Callado, sin decir nada, sólo agachó la cabeza
y todo se acabó.
También a mi me gustaría morir así,
sin decir ni adiós. Para qué?
Ya he cumplido más años de los que
consiguió vivir él
también tengo un solo traje que
tampoco me pongo nunca y,
aunque aún no quiero,
deseo morirme
agachando la cabeza,
así, simplemente,
no como un gesto de derrota,
ni de resignación,
sino de profunda indiferencia.