2 NOVIEMBRE 2008

Llegamos a la hora prevista. En estos casos y viajes lo que mejor funciona siempre es lo previsible. Una vez que el dichoso barco se paró, nos deslizamos rápida y discretamente hacia la salida. Nadie conocido alrededor; luego todo iba bien, por el momento. Nos relajamos y caminamos despacio y despreocupadamente. Arrastraba mi maleta del equipo (es lo más descansado, tiene ruedas), pero  enseguida empecé a sospechar que fotográficamente esa ciudad no funcionaría. A cada paso aumentaban mis temores. Llegamos a una gran plaza, sin rincones ni sombras; anodina, gris, fea, inhóspita. Eso me atrajo; pensé que quizá encontraría la forma de mostrarla como la veía y saqué mi vieja cámara grande. Fotografié una vez, dos, y a la tercera toma que intenté ella dijo –basta, así no sigo, si te has creído que voy a entretener tu decepción con fotografías imposibles, conmigo no cuentes. La próxima vez, piensa sensatamente en lo que haces; y sobre todo, no me utilices para tus idioteces- Manipulé ansiosamente la avería con la esperanza de que sólo hubiera sido un aviso enfadado, que ella se apiadaría de mi; pero no, enseguida, para demostrarme que la cosa iba en serio, un muelle exangüe, flácido, asomó por la herida que se había abierto en el mecanismo de arrastre de la película. Todo estaba perdido para la causa fotográfica mayor. Aunque ya nada sería lo mismo,  recurrí a mi vieja cámara pequeña e hice esta fotografía.