El día siguiente el barco seguía atracado y lo estaría un día y medio más. La ciudad donde nos encontrábamos anclados no nos interesaba y además, allí, la mala suerte podría seguir cebándose conmigo. Cogimos un tren y viajamos a otra que se encontraba a noventa kilómetros, sin duda, más interesante. Sólo llevaba mi vieja cámara pequeña. Llovía. Por todas las calles había gran cantidad de gentes que se movían pesadamente, generalmente en grupos numerosos. De vez en cuando se paraban en lugares hacia los que aparentemente mostraban mucho interés. Esperaban pacientemente turno para colocarse en el mejor punto de vista.
3 NOVIEMBRE 2008
© 2008 pepe fuentes