Primero fue la modernidad, alternativa racional y coherente a las estructuras de valores cerradas y rígidas, anteriores a la ilustración. A la pregunta ¿Qué es la modernidad? Kant respondía: abandonar la minoría de edad, ser adulto. Luego, lo que vino a llamarse Postmodernidad: un paso más allá que suponía relativizar «verdades» y que abría campos de enorme creatividad, pues comportaba la recreación de uno mismo sobre fundamentos propios, alejados de directrices constreñidoras. En «los tiempos hipermodernos» (fase posterior, supongo) Gilles Lipovetsky, escribe: «Cuanto menos nos ordenan las normas colectivas en relación con los detalles, más parece tender el individuo a la debilidad y la desestabilización. Cuanto más socialmente móvil es el individuo, más agotamiento y «averías» subjetivas manifiesta; cuanto más libre e intensa se quiere la vida, más se recrudecen las expresiones del dolor de vivir». El señor Lipovetsky, ha decidido salvarnos de los extravíos desorientados y desaforados de estos tiempos confusos y también dice: «Es que los individuos necesitamos que nos pongan límites. Solos, no sabemos siquiera cómo educar a nuestros hijos ni cómo alimentarnos. Mire todos esos estadounidenses desempleados y obesos». Se cierra el círculo: volvemos a la pre-ilustración. Parece que desde Kant hasta aquí sólo hemos sido capaces de autodestruirnos, así que sigamos las direcciones indicadas…Por mi parte, prefiero el desasosiego al refugio, y en cuanto al Sr. Lipovetsky y al sínodo de los obispos, sólo podría considerarlos si imagino que son unos consumados cínicos.
21 NOVIEMBRE 2008
© 2008 pepe fuentes