Me faltaba un árbol y una piedra, porque a la zanja y al montón de algo y a la vaca o al perro, había renunciado, o mejor dicho, lo había aplazado para otro día; así tendría excusa para escaparme de mi estudio, si éste empezaba a quejarse como hoy, o lo que es peor, si se me volvía a romper el ordenador. Fotografié dos árboles: uno seco y otro con bolsas de una especie de membranas finísimas blancas que se enrollaban sobre sí mismas y que me parecían nidos de procesionarias en fase de eclosión primaveral, como yo, que había barruntado la necesidad de salir de mi nido. No paraban de moverse aferradas todavía a su envoltura invernal, porque probablemente todavía no se atrevían a enfrentarse al futuro (como yo). Tenían un aspecto inquietante y repulsivo. Procuré fotografiar uno y aunque el motivo no fuera exactamente un árbol, sí me pareció un hallazgo azaroso y a fin de cuentas estaba sobre un árbol. A las nueve de la mañana, cuando oía angustiado los ruidos sin explicación de mi estudio, no imaginaba que unas horas más tarde fotografiaría un nido de repelentes gusanos. Estupendo, sólo había necesitado vencer mi dejadez para convertir una anónima y anodina mañana en otra soleada e inesperadamente agusanada.
12 ABRIL 2009
© 2009 pepe fuentes