OCHO FOTOGRAFÍAS CIRCUNSTANCIALES A FIN DE ACOMPAÑAR MIS IMPRESIONES DE UNA VISITA A UN MUSEO (donde no permiten fotografiar), REALIZADAS A LO LARGO DE LAS DOS HORAS SIGUIENTES Y QUE NADA TIENEN QUE VER CON LO QUE VI EN ÉL.
Dieciséis de febrero de dos mil nueve, lunes. Salgo de mi casa a las ocho y media de la mañana hacia Madrid. Plan del día: visitar la exposición de Alberto García-Alix, luego, la feria de arte Arco. De ambos eventos hoy es el último día. No se puede decir que esté muy interesado en mirar lo que hacen otros (no siempre veo lo que miro). La búsqueda de la exposición por pasillos y salas me hace tropezar con otra muestra, también fotografía, de Zoe Leonard, de quien además no se nada -pero si está aquí es que será interesante, me digo confiadamente-. Me dispongo a verla con ganas. Enseguida me siento defraudado: sus fotografías son técnicamente mediocres, mal resueltas y, aunque ofrece algún pequeño atisbo de oscuridad, como las fotografías de maniquíes que muestran vísceras imposibles, el resto es un catálogo inacabable de frías formas que no van más allá de un documentalismo conceptual, plano y aburrido. Series interminables de zapatos, por ejemplo; o trajes expuestos en mercados callejeros; o fachadas; o vistas aéreas de líneas urbanas; y más y más, pero siempre lo mismo: miradas temáticas, agrupadas en mosaicos áridos, sin ritmo, ni inspiración, ni poética, ni nada. En el colmo de la presentación desatenta y desmañada había fotografías sin ni siquiera retocar. -Pues empiezo bien, pienso-.