Pintores como Velázquez, o Durero, o Rembrandt (son de los que más me gustan), Francis Bacon (también es uno de mis favoritos) o Lucien Freud, o Giorgio De Chirico, Hopper o Baltus, y tantos y tantos, sí que son artistas con fe en lo que hacen o hacían. Por cierto, no quiero que se me olvide decir que todos los que he mencionado, y especialmente De Chirico, Hopper y Bacon, son para mí esenciales a la hora de concebir mis propias fotografías; o lo que es lo mismo: me influyen muchos pintores y casi ningún fotógrafo. O ninguno, que yo pueda recordar ahora. En si misma, la fotografía es un arte menor, si es que se le puede llamar así. Muchas de las obras más significativas y celebradas, no lo son tanto por una interpretación, profundización y superación de dificultades propias del lenguaje, sino por rasgos de carácter de los artífices: atrevimiento, desenvoltura social, capacidad de gestión de opciones, interés sociológico, conceptual o cualquier otra cuestión extraña al hecho fotográfico en si mismo. El fotógrafo difícilmente planteará enigmas que pervivan más de cincuenta años, como hicieron, por ejemplo, los renacentistas italianos. Simplemente, porque el lenguaje, la técnica y los soportes no lo permiten. Por cierto, retomo lo que casi me estaba olvidando contar: esta es una fotografía realizada en el lado izquierdo de las Minas de San Quintín, según iba; y no, no es artística, pero casi, porque se parece a las que premiaban en los concursos de aficionados de hace años.
20 MAYO 2009
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