Ayer, se me acabó el espacio de escritura del diario. A veces me resulta estrecho, pequeño, como una prenda que ha encogido porque se ha lavado a demasiada temperatura; o quizá sea porque yo engordo estúpidamente: grasa y grasa, sobre todo en el ánimo. En fin, que ayer también pensaba en lo que sigo contando hoy, para que no se me olvide y para que también se acuerde Lucía Mae, la heredera de mi memoria, si ella quiere, claro. Aunque pensándolo mejor, que sólo recoja mis libros, fotografías y objetos, porque las actitudes y el espíritu, es mejor que se olviden cuanto antes, no sirven para nada. La semana pasada terminé de leer Smoke y Blue in the face, de Paul Auster. Me gusta mucho Auster, lo paso estupendamente con sus libros y en este caso guiones que afortunadamente devinieron en magníficas películas. Entiendo muy bien y me identifico absolutamente con Auggie Wren (magnífico personaje) cuando dice:
Paul: así que fotógrafo…
Auggie: Bueno, no exageremos. Hago fotos. Encuadras lo que quieres en el visor y aprietas el obturador. No hay que echarle cuento.