A mi no me resultaba indiferente: me impresiona y me sobrecoge la arquitectura ideologizada. Las dictaduras necesitan crear espacios, escenarios, edificios donde oficiar sus ceremoniales litúrgicos. A lo largo del siglo XX, los regímenes fascistas y comunistas, ambos dictatoriales, utilizaron la arquitectura con fines «psicopolíticos» (*), creando el mismo tipo de construcciones, aparentemente neutras, pero que pretendían y eran una maquiavélica y funesta combinación de autocomplacencia de los dictadores; funcionalidad gris y opresiva, sin imaginación ni belleza y sutiles puestas en escena dirigidas a influir sobre el estado de ánimo de los seres sometidos a esos sistemas políticos. Esas construcciones de líneas rectas y volúmenes pesados, fríos, grises, sin margen para la imaginación o la sentimentalidad, parecían estar ideados para amedrentar y alienar. Curiosamente, esos nefastos y dementes constructores que torturaron y eliminaron a millones de personas, debieron leer a Kafka, pero la tragedia radicó en que no le entendieron. Él fue un artista genial y ellos unos pobres y malditos psicópatas.
(*) me acabo de inventar el término, pero me resisto a sustituirlo; prefiero conceptualizarlo: dícese del empleo de técnicas sociológicas pero con «mal rollo».