Después de comer me marché a otro sitio. Tenía un día marcial y guerrero, entiéndase como tal: sólo visitante de enclaves que recordaban gloriosos pasados militares. El problema es que en los alrededores no había mucho más que ver; salvo un par de humildes y cochambrosos búnkers de la última guerra. Pensé: -se trata de construcciones de más de setenta años, decrépitas, de curiosas formas en función de poder herir al enemigo y no ser dañado por él. Son perfecta metáfora de cosas que a mí me interesan: la defensa a ultranza, la decrepitud o el síntoma del paso del tiempo. El absurdo despropósito de su función, esconderse y protegerse bajo un caparazón, puede resultar una trampa mortal, como en la vida real. La inmovilidad de los habitantes del búnker les condena a unir su suerte, quietos, a la de la triste construcción que les protege-. En fin; todo un semillero de potenciales lecturas existenciales.