Este búnker, situado a la entrada de un pueblo del que no recuerdo el nombre, a unos veinte kilómetros de El Escorial, hacia el sur, me llamó la atención. Paré el coche inmediatamente y me lancé, saltando una pequeña pared de piedra, a fotografiarlo. Era muy artístico. El diseñador del enclave, decidió aprovechar los huecos de unas enormes rocas y taponarlos con hormigón, donde practicó las necesarias y mortíferas troneras. Decididamente era lo que podría llamarse un búnker naturalista. Estaba tan enmascarado por el paisaje agreste del entorno, que los enemigos pasaron por allí sin enterarse de su existencia. Seguro. Los ocupantes y ecologistas guerreros pudieron dedicarse a la meditación trascendente sin mayores dificultades, y quizá a cultivar hortalizas en los alrededores. El fortín no tenía ni un solo impacto (ahora tendría el inofensivo y amable de mi pacífica cámara grande).
13 JULIO 2009

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