REFLEXIÓN FOTOGRÁFICA (una vez más).
La cuestión es -hacer buenas fotografías- supongo. Es un propósito que no va más allá de poner en juego unas supuestas habilidades y entrenamiento, pero que se acaba enseguida. El logro es pasto de limitaciones intelectuales y creativas. No hay obra merecedora de ese calificativo sin una propuesta y una mirada personal hacia el mundo, en su caso y siempre, tamizada por el alma del fotógrafo. En fotografía predomina lo ilustrativo; parece que la inmediatez del lenguaje y la fidelidad reproductiva abocan a esa simplista perspectiva. Ejemplo: no es trágica la fotografía de una tragedia, sólo es linealmente descriptiva. A veces se dice que la imagen es autosuficiente, que cualquier elemento que se añada la menoscaba, invalida su fuerza y su sentido. No lo creo. Prefiero jugar a otra cosa: utilizar las palabras, aparentemente clarificadoras, pero al mismo tiempo más poliédricas y complejas, para abrir un inacabable campo interpretativo, y así desactivar la linealidad de la imagen reproducida mecánicamente y añadir un poco de subjetividad: puede haber una y mil interpretaciones y eso es proteico y beneficioso para una imagen. No me importa que mis imágenes puedan ser promiscuas con las palabras y las miradas de los demás, pero quiero ser yo quien rompa su insípida virginidad.
«Si no se puede profundizar en la Fotografía, es a causa de su fuerza de evidencia. En la imagen, el objeto se entrega en bloque y la vista tiene la certeza de ello, al contrario del texto o de otras percepciones que me dan el objeto de manera borrosa, discutible, y me incitan de este modo a desconfiar de lo que creo ver».Roland Barthes