Cuatro de junio: dieciséis horas. He vuelto a las catorce treinta, he comido, tomado un café y después he subido al estudio. He comprobado que no me han escrito (nadie me escribe, pero yo miro por si acaso). Luego, he leído veinticinco páginas del Libro de las ilusiones, de Paul Auster; en uno de los pasajes me he reído con ganas y en otro me he emocionado un poquito. También he anotado esta frase: «Usted comprende lo que significa volver la espalda a algo. Admiro a alguien que sea capaz de pensar así» (Hector Mann a David Zimmer, pag. 241). Y más adelante: «Mientras la miraba, empecé a notar que era una de esas raras personas en las que el espíritu acaba triunfando sobre la materia. La edad no disminuye a esas personas. Hace que envejezcan, pero no alteran lo que son, y cuanto más tiempo vivan, más plena e implacablemente se encarnan a sí mismas» (Zimmer sobre Frieda, pag. 245). He conocido a algunas personas que me han causado esa impresión, pero pocas, muy pocas; y además no tengo fotografías suyas, así que colocaré la de un pino cansado, que hacía tan sólo tres horas se había colado en el visor de mi vieja cámara pequeña…
11 AGOSTO 2009
© 2009 pepe fuentes