…El montaje, esplendido en general (uno de los mejores que yo haya visto nunca en ese museo), en algunas salas alcanzaba una insondable e inolvidable belleza. Por ejemplo, en una de ellas: en la inmensidad solitaria del espacio, las esculturas de dos hombres blancos (otros, la mayoría, eran grises). Uno, sentado en un banco corrido frente a una mesa de madera bastante grande; podía disponerse a comer o quizá lamentaba alguna desgracia, o quizá esperaba a alguien de presencia improbable. El otro, en una actitud impenetrable y enigmática, alejado dos o tres metros, apoyaba la cabeza en la pared y parecía mantener un dialogo inacabable y ensimismado con alguien que podía estar al otro lado, o dentro de sí mismo. Movía la boca en un parlamento que se adivinaba monocorde, interminable y sin esperanza. En el resto de la sala, nadie. Bueno sí, el también astuto, pero aburrido vigilante. «A veces pienso que una escultura conserva su interés para mi cuando permanece extraña…» Juan Muñoz
16 AGOSTO 2009
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