«Muy pronto el -hombre que ríe- consiguió reunir la fortuna personal más grande del mundo. Gran parte de esa fortuna era donada de forma anónima a los monjes de un monasterio local, humildes ascetas que habían dedicado sus vidas a la cría de perros policía alemanes». J.D. Salinger. Veintiuno de julio de dos mil nueve: he vuelto a Madrid. Nada más sentarme en el tren comencé a leer a J.D. Salinger, El hombre que ríe, magnífica y misteriosa historia que hizo que el viaje fuera casi una levitación. Elegí ese cuento por el título; a mi me gusta mucho la risa, lo que me sucede es que no consigo reír casi nunca, ni siquiera cuando me lo propongo. Debería escribir un relato con el título El hombre que no ríe; yo sería el protagonista, naturalmente. Lo acabé en el momento que el tren se detuvo. Quedé encantado por la curiosa coincidencia y sonreí un poquito; tímidamente, porque no estoy acostumbrado. El día empezaba estupendamente…
10 SEPTIEMBRE 2009
© 2009 pepe fuentes