25 OCTUBRE 2009

© 2009 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2009
Localizacion
pepe fuentes
Copiado máximo en soporte baritado
3
Fecha de diario
2009-10-25
Referencia
3958

Estoy llegando a final de mes a trompicones, como alguien que ha bebido demasiado y no acierta a llegar a su casa ni a ningún otro sitio que tenga algún sentido para él. A mi no me ha pasado nunca, no recuerdo ninguna pérdida de control absoluta por efecto del alcohol. Bebo, pero convencionalmente: en momentos festivos y tan sólo la cantidad que me permite disfrutarlo, nada más. Afortunadamente, mi cuerpo tiene un mecanismo de autorregulación que impide que beba más de lo que puedo asimilar sin daño para la consciencia. La suerte a la que hago mención nada tiene que ver con el autocontrol disciplinado, sino con el cuerpo, que debe haber metabolizado el sufrimiento que me causó el autodestructivo descontrol de mi padre. Mi padre acumuló razones, hechos, circunstancias y desatenciones para que mi recuerdo de él esté empañado de turbio resentimiento. Sin embargo no es así, todo lo contrario; tengo hacía él un calido y afectuoso sentimiento de proximidad y comprensión que no decae con el paso del tiempo. A medida que la edad me reblandece creo entender mejor su manera de ser y no ser, sus supuestas razones y sin duda, también, su desesperación. Pienso en él con frecuencia y también en su imagen física, que lejos de desvanecerse se va fijando en mi conciencia con mayor fuerza y nitidez: su cuerpo, su rostro, los poros de su piel, su manera de andar, de estar parado de pie, desbaratado por dolencias de todo tipo, apoyándose en su inseparable muleta. Sin embargo, lo que más me cuesta recordar son sus ojos y su mirada. Ahora sé, y entonces también aunque no fuera capaz de reaccionar, que no nos mirábamos tanto como necesitábamos. Lo evitábamos: demasiada timidez afectiva y asustada a causa de reproches y culpas entre nosotros. Tampoco me quedan sus palabras e interpretaciones del mundo, de la vida, sus necesidades, sus miedos… hablamos muy poco a lo largo de nuestra corta vida compartida. Las razones, posiblemente eran las mismas que las de las huidizas y escasas miradas: miedo a lo que no conseguíamos reconocer y entender del todo, a pesar de nuestra mutua necesidad. 

Pepe Fuentes ·