…Salí del magnífico y misterioso edificio y continué por la plaza de las Tendillas, calle Esteban Illán hasta la plaza Padilla. Giré a la derecha y bajé por la calle Garcilaso de la Vega. Me paré frente a la calle perpendicular: Santa Eulalia. Sin nadie. Esperando no sé qué. Pasaba el tiempo y no venía nadie. Sin embargo, allí seguí, absorto en la calle de enfrente, sin pensar en nada; sólo en que me gustaría que pasara algo. No me obsesioné ni impacienté: tenía un día tranquilo. -Creo que debes marcharte– me dije a los quince minutos de estar allí. Parado…