Nueve de la mañana. POR LA CIUDAD SIN CÁMARA, luego sin fotografías (las que muestro son de otros días). Caminé lentamente, las manos en los bolsillos y ojo avizor. Subí y bajé algunas cuestas resbaladizas y vi posibles encuadres. Pensé intermitentemente en cómo hacer fotografías de calles vacías, sin caer en el peor de los aburrimientos; en captar un determinado e inaprensible espíritu sin volverme loco o idiota; y en qué puedo escribir sobre lo que fotografío, lo que veo y lo que no. Decidí que lo importante es que no me aburra (o sí, no sé). Es curioso, volví a las calles en las que estuve sólo hace unos días, fotografiando, y vi imágenes que entonces no percibí. Puede ser por varias razones: que la ciudad ofrezca muchas más posibilidades de las que esperaba y me conforme antes de tiempo; que sea esquiva y necesite mucho cortejo y yo sea incapaz de seducirla a primera vista; que me resulte imposible captar todo de una sola vez y tenga que repetir y repetir. En este caso, desconfío, porque en cuestiones de atracciones fatales, o todo sale con fluidez y a primer golpe de mirada cargada de deseo, o no hay manera; o sí, pero faltará algo, quizá, no sé…