La gente viene y se irá. Estos son de los que vienen unas horas o tan sólo un día. Llegan en tren, a media mañana, y suben por esta empinada cuesta. Yo llegué hace cincuenta y un años. También subía por ella y bajaba, todos los días, dos veces: por la mañana y por la tarde. Iba al colegio. Aquel año, el de mi llegada, la estaban construyendo tal y como se ve ahora. Así. Tenía que esquivar a los albañiles y sus cachivaches. Todavía me acuerdo. Ahora vuelvo de vez en cuando y me paro a mirar. Siempre me ha gustado este acceso a la ciudad y no sé por qué; quizá porque se retuerce entre altos muros, como un desfiladero anguloso e inhóspito por el que se pasa rápido. Lo veo mejor a través del visor de mi vieja cámara grande porque así me paro y observo. Y pienso, está bien que mi mirada siga aferrada a mi vieja Mamiya. También pienso que el sentido de la fotografía bien podría ser: mirar para ver; ver para entender; entender para no morir; no morir para vivir. Esto último lo he pensado sin ayuda. Creo. Aunque nunca se sabe…
6 FEBRERO 2010
© 2009 pepe fuentes