Los fines de semana cada vez me resultan más complicados. Hubo una época que sólo eran espacios de tiempo quietos, de espera a que todo recomenzara de nuevo el inexorable lunes. Era el -tempo- de un tiempo más plano (si eso es posible). No, no era porque esos fatídicos días de recomienzo fueran ardientemente deseados para revivir después del insípido intervalo, no, la cuestión era que los días todavía no urgían imperativos, no presionaban como síntoma y malestar repleto de malos augurios. Ahora sí, el paso del tiempo es la medida de muy malos presagios que hay que conjurar, o al menos ignorar, tanto y como sea posible.
10 FEBRERO 2010
© 1989 pepe fuentes