Desde mediados de Enero frecuento el laboratorio casi a diario. Hacía más de un año que no positivaba. Me da la impresión que, hacer copias al modo de antes, con ampliadora, químicos y luz roja, empieza a ser tan antiguo como yo. Pero sigue siendo muy importante para mí. Es un ritual artesano (que no tecnológico y virtual), ceremonioso y trascendente. Analizar el negativo, proyectado sobre el tablero de la ampliadora, a oscuras, es un momento mágico. Elegir el filtro adecuado, determinar el tiempo de exposición, probar, realizar los tapados necesarios, decidir cuanto tiempo en cada revelador (utilizo dos) y, luego, con la copia en la cubeta del fijador, encender la luz con impaciencia; es una experiencia insustituible para los amantes de las ya pretéritas formas de hacer fotografía. Luego, una vez finalizado el proceso: los tonos, la textura, el aura, las sensaciones que transmiten las copias de laboratorio. Si lo relacionamos con el hecho de pintar, por ejemplo, tanto en el estudio de pintura como en el laboratorio fotográfico, los materiales se tocan y huelen. Existen.
21 FEBRERO 2010
© 2007 pepe fuentes