…Por la tarde, con el sol por fin presente, la ciudad se exhibía luminosa. Volvimos a las calles, una, y otra, y otra, todas abarrotadas de gentes ávidas de luz. Buscamos sin suerte rincones donde habitara la belleza tranquila y apartada. Por fin, a media tarde, el pequeño espacio elevado sobre el nivel de la calle, frente al museo Albertina, con el centro de los edificios de enfrente a la altura de los ojos: un privilegio fotográfico infrecuente. Era el momento de quedarse quieto, con la mirada y la cámara atentas… Llegó sola y se apoyó en la balaustrada, de espaldas a donde me encontraba, mirando hacía el tráfico de la calle que discurría debajo. Negué la imagen por repetida. Esperé ansioso porque sólo me quedaba un fotograma y si lo cambiaba, en ese preciso momento (como siempre me ocurre), la mujer podría tomar alguna decisión que resultara nefasta para mi propósito. De pronto, como si estuviera oyendo mi deseo, se dio la vuelta y adoptó la postura que yo estaba implorando a la suerte. Para celebrar el momento, un pájaro cruzó vertiginoso el encuadre. Nada más fotografiarla se marchó. Cambié de rollo, tranquilo y complacido. Podíamos irnos ya…
«En eso se manifiesta el mediocre: en que, cuando el destino ha hecho lo imposible para configurarle individualmente, él sabe refugiarse, a cualquier precio, en lo típico». Arthur Schnitzler
18 MAYO 2010

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