Tres de Junio X: a media tarde, desde el Palacio da Pena, en Sintra, nos desplazamos hasta Cabo Espichel. Habíamos estado en dos mil seis, en un día en el que un viento helado y unas nubes bajas, plomizas, nos acompañaron en nuestro deambular por la desnuda meseta sobre el mar. Los albergues, situados a la espalda de la ermita, dispuestos en dos largas filas paralelas que se reflejaban la una en la otra con la fidelidad de un espejo enigmático. Las inexorables hierbas del olvido crecían descuidadamente bajo las arcadas. En la planta superior, unas ventanas estaban cegadas, en algunas aún se veían cortinas desgarradas y en otras sólo la negrura total del desamparo. Dos perros solos, y aparentemente enajenados, vagaban por la explanada solitaria. El lugar sobrecogía por su belleza triste y desolada. El tres de Junio pasado todo había cambiado, las sensaciones excitadas por la belleza fueron imposibles: el cielo pesado y plomizo de antes ahora era de un azul virginal; las hierbas de las arcadas habían desaparecido; todas las ventanas estaban cuidadosamente selladas, y el blanco ajado de las fachadas ahora era inmaculado. Por donde vagabundeaban los perros tristes, esa tarde había puestos ambulantes de bebidas y baratijas. La poesía había cedido su sitio al vulgar domingueo. Había que largarse de allí enseguida. Antes hice esta fotografía, que no sé si me gusta o no.
10 JULIO 2010
© 2010 pepe fuentes