29 JULIO 2010

Siete de julio III: ahora no tengo perro; pero sigo siendo un adolescente, aunque al revés. Este magnífico camino que acaban de terminar es muy importante para mí, por eso lo visito a diario y lo recorro despacio, conscientemente. Mis conciudadanos lo hacen corriendo o en bicicleta, con ánimo de superación deportiva. Pero claro, ninguno de ellos ha recorrido esta orilla tantas veces, y hace tanto tiempo, con el espíritu quebradizo del adolescente. El río y el paraje son muy bellos y, aunque en la mañana del siete de julio me llevé la cámara pero no la inspiración, conseguí hacer esta fotografía que me gusta mucho porque me trae mi pasado, que curiosamente vuelve a ser presente. También provoca que escriba sobre mi perro Farolín.  Caminábamos río abajo y cuando llegábamos a la presa del pájaro filósofo, nos sentábamos un buen rato a mirar el río. Luego, volvíamos río arriba, los dos solos, acompañándonos. Él, también muy joven, se comportaba alegre y despreocupadamente; yo, con mis fantasmas y complejos de adolescente desorientado, frágil, pesaroso. En invierno, primavera, verano y especialmente en otoño, durante años. Farolín  también estaba solo, aunque no se diera cuenta, porque estaba solo conmigo y, aunque él fuera muy valiente, yo era muy cobarde…