Siete de julio IV: todos los días veo a este pescador de caña, el mismo, cada mañana, temprano, con la caña a mano, mirando su corcho. El sol frente a él, saliendo poco a poco. Cada mañana le observo unos instantes y sigo mi camino. Siempre me ha gustado mirar a los pescadores tranquilos, quizá porque nunca he entendido su filosofía de quietismo contemplativo. He recordado un ensayo que leí en mi post-adolescencia de Miguel de Unamuno: El perfecto pescador de caña, recreación de otro con el mismo título del inglés Isaac Walton (1593-1683). He revisado este ensayo, no sin dificultad, porque me siento muy alejado de la reverencial humildad hacia la literaria creación divina del Dios judeo cristiano. No quiero hablar ahora de Walton, ni de Unamuno, y mucho menos de pacientes actitudes místicas. No sé por qué, desde siempre, cuando veo pescadores de caña en un río, me acuerdo del título del ensayo y de lo que me sugiere. Lo cierto es que uno de mis mayores gozos en la naturaleza es sentarme en la orilla de un río y mirar embelesado como discurre el agua. La única diferencia con este pescador, es que jamás llevaría caña y anzuelo para mirar el rio. Sencillamente, no es necesario. Curiosamente, la única vez que he probado a pescar fue cuando tenía catorce años, exactamente donde está ahora sentado este pescador. Me indujo a hacerlo un amigo que pescaba continuamente, pero a mí el interés por la pesca sólo me duró una tarde y el amigo no mucho más (la razón creo que fue que a él sólo le interesaba el pez pescado, la presa, y no el ejercicio de pescar, y eso implicaba toda una filosofía vital que me desagradaba). Paradójicamente, cuando observo todas las mañanas a este hombre tranquilo lo hago con envidia, porque ha conseguido pararse a disfrutar del río durante horas, cada mañana, mientras que yo sólo lo hago durante un rato y sin apenas pararme. A fin de cuentas, la caña y el corcho flotando en el agua no tiene porque ser más que un pretexto para sentirse cerca del río y de sí mismo; como mi amigo Masao Shimono, que era un apasionado de la pesca, pero la única y verdadera razón creo que radicaba en que lo era mucho más de la naturaleza, del río y de sus reflexiones…
30 JULIO 2010
© 2010 pepe fuentes