Seguí impaciente a mis pasos, que avanzaban incontenibles, con un automatismo certero. Una puerta entreabierta permitía la entrada de luz velada desde el exterior que, reptando por el polvo, señalaba una ruta que se sucedía por salas entristecidas. De una a otra, y después a otra. No quería que acabaran nunca. El silencio era completo. Sólo se oía el estruendoso chasquido del mecanismo de disparo de mi vieja cámara grande y temí que alertara a los vigilantes. Ellos siempre están e, inexplicablemente, mi vieja cámara grande y yo, les asustamos. Tenía que apresurarme. Mi inmensa alegría por el hallazgo podía acabar abruptamente con la aparición de un guarda airado e insensible. Siempre sucede…
13 SEPTIEMBRE 2010
© 2010 pepe fuentes