El VIAJE: un espía en acción III. En el Castillo Sforzesco, en Milán, apareció un ciclista presumido (casi todos lo son). Dio una vuelta al perímetro de la gran plaza del castillo y paró, justo aquí. Apoyado en el banco de piedra, durante un buen rato, se dedicó a verificar todos los instrumentos de los que parecía servirse en su actuación: la bicicleta, un reloj que debía tener funciones de cronómetro o medidor de pulsaciones (supongo), limpió sus gafas de sol de diseño y verificó el buen funcionamiento de la fijación de las zapatillas a los pedales. Además, se arregló el pelo repetidamente. Mientras, me fui acercando arteramente, poco a poco y fotografiándole cada vez más cerca. Suponía que en cualquier momento volvería la cabeza y descubriría mi juego. Entonces, la situación habría sido embarazosa y el espía no habría sabido qué hacer. No sé por qué me llamó la atención ese tipo tan pulcro y atildado. Esta fue la más cercana que conseguí hacer antes de que pusiera en marcha su bicicleta con movimientos afectados. Una ceremonia de exhibición sobre dos ruedas. Dio una vuelta más a la plaza, pedaleando lentamente, con la suficiencia del que se siente -un bello ciclista-, y finalmente se perdió por una de las puertas de acceso a la gran plaza central del Castillo Sforzesco, en Milán.
25 SEPTIEMBRE 2010
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