Dieciséis de septiembre. Diez y veinte (a.m.): sigue lloviendo. Esta es la fotografía que el azar ha señalado para hoy. Es una de las que más me gustan de las treinta más una, del mes. Es más, me gusta tanto que la positivaré. Es tan buena como la del día once. Ella habla por sí sola de su indudable perfección. Pertenece a ese rango de imágenes que, cuando las miro, hay algo en ellas que me hechiza y no puedo apartar la mirada. Contienen un equilibrio secreto inexplicable; sé que está ahí, oculto, celosamente guardado. Está dirigido sólo a quien mira y mira obsesivamente. Necesariamente. Sólo así uno se puede aproximar al código secreto de su misterio y su belleza. Caminaba nervioso e hiperactivo por el corredor, en el Giardino, cuando, de pronto, miré a mi izquierda y la vi. Paré en seco, coloqué el trípode, donde ya estaba montada la cámara, no dudé en los límites del encuadre y pulse el disparador. En todo momento supe lo importante que era esta fotografía.
17 OCTUBRE 2010
© 2010 pepe fuentes