Dieciocho de Octubre I. Por la tarde, con Yuki, volví al piso donde se amontonaban recuerdos y mucha obra pictórica de ambos, truncada. Me volví a encontrar con todas sus cosas, abandonadas precipitadamente porque les sorprendió la enfermedad y luego, tristemente, la muerte. Cuando aparece la desdicha, inopinada y violentamente, ya es tarde para todo. Ya no queda tiempo. Ninguno de los dos pudo reordenar sus cosas. Ahora, nosotros, en la que fue su casa, no sabíamos qué hacer. Teníamos que recoger sus cosas, pero no atinábamos con las soluciones que nos dejaran tranquilos a todos; especialmente pensando en cómo les gustaría a ellos que lo hiciéramos. Pensábamos y pensábamos, pero torpemente, acuciados por las dudas. Dimos vueltas y vueltas, de puntillas, como si holláramos un santuario inmaculado que no debíamos profanar. Pero lo cierto es que no teníamos más remedio, porque éramos los responsables (especialmente mi amiga Yuki), de que todo acabase como ellos se merecían. Nos fuimos y dejamos todo prácticamente igual a como lo encontramos…
17 NOVIEMBRE 2010
© 2010 pepe fuentes