15 DICIEMBRE 2010

© 2004 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2004
Localizacion
Chicago (EE.UU.)
Soporte de copias
ILFOBROM GALERY FB
Viraje
CLORURO DE ORO B/N
Tamaño
98 x 120 cm
Copiado máximo en soporte baritado
3
Copias disponibles
3
Año de copiado
2004
Fecha de diario
2010-12-15
Referencia
2867

El doce de Diciembre, domingo, a las siete de la tarde, llegamos al viejo Hospital de la ciudad. Íbamos a visitar a un conocido que, doce horas antes, había tenido un infarto cerebral. El pasillo por el que se sucedían las habitaciones estaba pobremente iluminado. Un grupo de personas permanecía de pie a la puerta de la habitación quinientos treinta y nueve. Eran familiares y amigos de nuestro conocido. Es un hombre de cuarenta y siete años, fuerte y aparentemente seguro de sí mismo, al menos hasta doce horas antes: fatídico e inesperado momento en que todo cambió para él. Sin solución. El semblante de las personas quietas ante la puerta era sombrío. Después de saludar a los que conocíamos entramos en la habitación. Había dos enfermos más. Apenas nos fijamos en ellos. Incorporado en la cama nos dirigió una mirada inquieta e hizo débiles gestos de reconocimiento. Tenía la boca ligeramente torcida y se ayudaba de la mano izquierda para colocarse la derecha sobre el regazo. No podía hablar. Esbozaba gestos de espanto. Su mirada vagaba con ansiedad. Se llevó la mano izquierda a la zona del corazón; intentaba decirnos que había sufrido un infarto. No, no reconocía que era mucho peor, que el accidente había sido en su cabeza y que ya no volvería a funcionar como antes. Parecía aterrorizado dentro de sí mismo. Había enmudecido y no sabíamos si comprendía completamente lo que oía. De vez en cuando hacía gestos de desesperación y miraba al techo buscando alguna explicación para lo que le ocurría. Permanecí unos minutos frente a él, sin saber qué hacer, bloqueado, con un nudo en la garganta. Intenté hablar, pero no pude articular palabra. Qué podía decirle desde mi aparente salud, sin avergonzarme. Asustado, salí de la habitación. No podía soportar la imagen de ese hombre roto. La sensación de pánico que había sentido durante los tres largos días anteriores, por otra y parecida razón, y que afortunadamente había desaparecido unas horas antes, se resistía a alejarse sin avisarme una vez más de lo quebradizas que son nuestras vidas. La peor historia de terror que podamos imaginar habita dentro de nosotros; permanece siempre al acecho en nuestro cuerpo, esperando su oportunidad para manifestarse y destruirnos. La serie a la que pertenece esta fotografía se llama –cuadrípticos-, al menos momentáneamente.

Pepe Fuentes ·