Esta serie se titula: –los curas toledanos-; una presunción, por supuesto, porque no sé sin son toledanos o astorganos o de cualquier otro sitio (o de ninguno). No creo que haya que sentirse de algún sitio, necesariamente. Yo, después de tantos años, sigo sin creerme que sea de donde nací y donde vivo; pero tampoco de ningún otro lugar. Ni por supuesto me adscribo a esa memez y falacia universalista de «ciudadano del mundo» (menuda necedad). Sí sé que no soy compañero de viaje de los que profesan una religión, una ideología, una creencia o cualquier otra inquebrantable convicción o paranoia. No, no soy uno de ellos. A mí, esas protectoras credulidades nunca me han dado nada. Por eso, estos individuos disfrazados están aquí, en mi mundo fotográfico, lo mismo que puede estar cualquier otra manifestación humana excéntrica e incomprensible. Me atrae la iconografía que simboliza decisiones y actitudes personales que suponen vivir en la estrechez física y espiritual. Me gustan tanto como las historias carcelarias (generalmente cinematográficas). La paradójica y esencial diferencia entre unos y otros (los presos y los religiosos), es que unos quieren escaparse de condenas por delitos cometidos (supongo), y los otros no; es más, estos últimos sueñan con que el resto del mundo se recluya con ellos en sus oscuras, y estrechas, y húmedas, y frías celdas de castigo por culpas imaginarias.
16 DICIEMBRE 2010
© 2002 pepe fuentes