Hay días que esperamos ardientemente. Me refiero a los días de fiesta estruendosos. Soñamos que ese día, tan largamente esperado, seremos un poco héroes y centro de atención de los demás. En el colmo de la fantasía esperanzada, puede que hasta soñemos que nos envidiaran y desearan. E incluso, atrapados ya en el delirio triunfal incontrolado, visualicemos como enamoramos irresistiblemente a quienes nos gustan mucho. En fin, cosas de la naturaleza humana. Este individuo, tan disfrazado y marcial, parece contento y lleno de expectativas. Me merece un gran respeto su actitud, porque es un hombre que hace lo que cree conveniente para disfrutar más de su vida. Para que sus sueños tomen forma carnal, real, desde la representación y el feliz artificio. Los demás, los que miramos desde fuera e incluso fotografiamos, importamos poco en esa ceremonia; porque el individuo está abducido por su propio papel (aunque sin espectadores, a la exhibición le faltaría brillantez y sentido). Lo que verdaderamente importa es -su gran ilusión, el sueño de ser poniéndose en juego frente al mundo-. Por eso y sólo por eso, fotografío a estas personas. Me interesan sus gestos y alardes, porque algo se mueve dentro de ellos. No, no creo ser un superficial cazador de imágenes extravagantes. Eso sería fácil y carecería completamente de sentido. La endiablada dificultad, estriba en que una fotografía como ésta transcienda la anécdota y emita otras señales, otros indicios, otras sospechas. Que sea -otra cosa-. Muy probablemente no lo consigo, pero, como el marcial individuo de la fotografía, deseo lograrlo y mantengo –La gran ilusión– de que así sea.