«El cuerpo es el gran poema». Wallace Stevens
No sé, ni mucho menos, en qué consiste ser -una buena persona-. Llevo más de cincuenta años en el mundo y no he logrado saber con certeza, cuáles son los valores que adornan a alguien para que alcance esa mirífica categoría. Podría pensar en generalidades como: generosidad, nobleza, buen carácter, laboriosidad, semblante sonriente, atento, fiable, y mil «virtudes» más. Pero claro, todos esos prodigiosos e inverosímiles rasgos, tienen su contraportada, generalmente no tan limpia, inocente y luminosa. Siempre me ha sido más fácil identificar a las -malas personas-, pero quizá, esos casos sólo se me han hecho visibles por actitudes que también se podrían calificar como -buenas-: autenticidad, sinceridad, valentía para mostrar la propia naturaleza. En definitiva, soy un tipo que ha aprendido muy poco sobre -lo humano-. Sólo acierto, y a veces con muchas dudas, a saber si las personas me gustan o no. Por eso, únicamente puedo acercarme al concepto de -buena persona- a través de aquellos que se trabajan a sí mismos y hacen -lo que tienen que hacer, cuando toca hacerlo-; cuando ellos y sólo ellos toman decisiones que les hacen crecer como personas. Lo demás, puras convenciones, cobardes falacias y aburrimiento por doquier. La serie: –Las buenas personas–
28 DICIEMBRE 2010
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