Seguimos con las ciudades y ahora le toca el turno a las plazas. Son espacios mágicos y decisivos en la vida de las ciudades. Para el «fotógrafo» –según me dice-, también. Le encanta localizar bellas plazas y sentarse a observar lo que sucede. De vez en cuando, levanta la cámara, encuadra, y fotografía despacio. En las plazas todo se hace pausadamente. Parece que es el sentido último y casi único de esos espacios abiertos y cerrados al mismo tiempo. Las calles, por las que se transita sin apenas mirar, conducen a las plazas y una vez en ellas lo primero que hacemos es parar y pasear la mirada por el contorno, explorando el espacio y las fachadas que la conforman. Es una sensación mágica y placentera que nos acerca a la idea de culminación, de plenitud, por haber alcanzado un destino que teníamos reservado. Son lugares para mirar e imaginar desde la quietud y la reflexión íntima. En tiempos remotos tenían lugar las ejecuciones y los sacrificios. También los negocios, y el comercio, y las representaciones, y las ceremonias, y las fiestas. Ahora, son espacios para quedarse quieto, mirando (y fotografiando). El silencio y el ruido de la ciudad se citan en las plazas para disputarse su dominio en cada momento. Difícilmente se puede concebir las ciudades sin ellas, sin las plazas. El «fotógrafo» parece satisfecho con este texto que le entrego sobre las plazas. A mí me parece obvio, y no más interesante que una redacción escolar, pero bueno, no le digo nada y si a él le viene bien, pues qué bien. Para dar un poco de empaque al texto, ya que el título no es especialmente afortunado: -El sosiego de las plazas- ¡menudo alarde de imaginación….!, le añado una cita, que por la calidad de su autor, siempre mejorará un poco la presentación: «Es la plaza la que hace una ciudad, pequeña o grande; los exteriores cuentan más que lo museos por ricos en obras maestras que sean». Claudio Magris
7 ENERO 2011
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