…Era un hombre de aproximadamente sesenta y cinco años, vestido con sencillez y algo abstraído, me pareció. Nos quedamos unos instantes frente a frente sin decirnos nada. Por fin él se decidió a romper el silencio. Quiero preguntarte algo -me dijo, solemne-. Tú dirás, -le dije- en un tono de franca camaradería. ¿Has visto por alguna parte una palo corto y duro que necesito para el mástil de un hacha? Sí, entre los árboles y cerca de los caminos hay ramas secas que quizá podrían servirte -aventuré-. Sí, sé de las que hablas, pero no, no son las que busco, esas no me sirven-. Me encogí de hombros y no dije nada (como haría un buen existencialista). Comenzamos a caminar juntos. Lo que me vendría bien es una rama de almendro-. Sí, claro, pero los almendros no abundan por aquí -le dije-. Seguimos caminando juntos, el silencio persistía entre nosotros. Con un tono desalentado confesó que estaba harto, que llevaba toda la mañana buscando el dichoso palo para el mástil de su hacha y que como no lo encontraba se marcharía a su casa de inmediato. Quizá mañana tengas más suerte, le animé. Seguimos caminando juntos, callados, durante un buen trecho. Paulatinamente nos fuimos separando sin despedirnos. Unos metros más adelante ya nos habíamos alejado lo suficiente para que nuestros respectivos silencios y pesadumbres no nos incomodaran.
12 FEBRERO 2011
© 2011 pepe fuentes