Y las monjitas no sabían que yo era un fotógrafo «artístico» con una película muerta, aunque incorrupta III. A pesar de la decepción estética desde el visor de mi vieja cámara pequeña, me seguía sintiendo estupendamente. Y entonces, cuando me encontraba haciendo escorzos para un mejor encuadre «artístico» de los símbolos de la voluntad amorosa eterna, llegaron junto a mí las dos monjitas (el otro día expliqué el por qué del diminutivo), y me sonrieron abiertamente, y hasta me pareció que me saludaban amistosamente. Me dije: ¿y estas señoras por qué se muestran tan amigables?, pero no les hice mucho caso y seguí a lo mío: la «artisticidad«. Me alejé un poco para no dar lugar a equívocos. No se dieron por aludidas con la antipática solución que les propuse (que nos ignoráramos mutuamente), y una de ellas se dirigió a mí con natural desenvoltura: ¿por favor, le importaría hacernos una fotografía? –Cómo no-, les contesté, ahora ya sonriente y accesible, impresionado por su determinación (en el fondo a mí también me gusta que me tengan en cuenta). –Si me dejan su cámara, encantado de hacérsela-, les dije. -No, no, nosotras no tenemos cámara; con la suya-. -Bien, pónganse ahí-, les dije señalándolas el centro del puente, con la torre medieval a su espalda. Lo malo es que no tenía el objetivo idóneo y, por si fuera poco, ni ellas ni yo sabíamos que mi cámara portaba una película muerta, aunque incorrupta…