Acabo el capítulo de los dúos, o del uno más uno. Los emparejados, sean gays o lesbianas (creo que es lo mismo, aunque no lo tengo claro), y los heterosexuales, por supuesto (porque somos más), siempre me han suscitado una inquieta reflexión, nada original por otra parte. A saber: una pareja puede ser el resultado de la suma de sus componentes, la mejor situación posible; o la resta, dicho de otro modo, cuando el uno neutraliza al otro reprimiéndolo hasta el sufrimiento más insoportable; y ese es el peor de los supuestos y, lamentablemente, demasiado frecuente (esto último sólo lo supongo). Cómo se llega a tan desolador desequilibrio es sencillo: por la correlación de poder y dependencia de los integrantes, el grado de inseguridad, el ejercicio de la convivencia viciada por la costumbre y, por supuesto, por la falta de inteligencia para estos menesteres de los integrantes. Si en una pareja alguno se siente reprimido, por respeto a sí mismo, lo que debería hacer es salir pitando antes de que sea demasiado tarde, porque no es fácil que el otro, o ambos, cambien nada. Me parece.
12 AGOSTO 2011
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