16 DICIEMBRE 2011

Paréntesis 1 (de la narración de mi viaje a Madrid por asuntos artísticos objeto de mi curiosidad) para reflexionar sobre la pregunta que me suscitó la relectura de lo que escribí ayer, y que no es otra cosa que la siguiente: ¿para qué quería yo fotografiar al insigne Muñoz Molina y tal vez a su mujer, Elvira Lindo? Me he quedado en silencio (es decir, no me he contestado inmediatamente), pero eso no me ha ahorrado que haya seguido pensando en ello un rato más. Estúpidamente. Para mayor sandez por mi parte, no puedo olvidar que la atrevida operación conllevaba que no obtendría nada a cambio; les habría regalado una estupenda copia de 50*60 a cada uno, ellos sólo habrían puesto sus cuerpos, sus miradas, y en el mejor de los casos sus expresiones (entiéndase fotográficamente, por supuesto). Pero claro, quizá esa absurda sesión (para ellos), les habría supuesto un increíble esfuerzo (puede que posar sea cansado), además de que casi todo el mundo es tremendamente  medroso y celoso de su imagen, y mucho más si es ante desconocidos o indocumentados (léase título de profesionalidad, fama o algo parecido). Las personas, generalmente, actúan como si realmente hubiera algo importante que preservar aparte de la vida. Otras, afortunadamente para ellas por permitirse hacer cosas insólitas y para mí por conocerlas y fotografiarlas, tienen otra dimensión humana. Porque, el azar, lo inesperado y lo sorpresivo ¿dónde, dónde lo dejamos?