…Domingo, veinticinco: el día era luminoso, con un sol radiante y sin una sola nube. A las once de la mañana escribí este texto pensando que quizá era su último día. Por todos lados se oían murmullos festivos (los de todos los años), que hacen que las gentes se diviertan y gocen un poco del hecho de vivir, gracias al placer que proporcionan un modesto y calculado hedonismo y la autosugestión gregaria. Bienvenidas sean, porque la fiesta y el placer mantiene lejos la idea de la enfermedad y el dolor. Compartí con él las comidas, las cenas, y todos los rituales navideños, durante bastantes años. Nunca su actitud se alteraba con excesos de alegría o tristeza. Hacía los honores a los placeres gastronómicos sobriamente, sin sobreactuaciones. Siempre le agradecí esa contención y prudencia, uno de los rasgos más marcados de su personalidad. Nunca intentaba inmiscuirse en el espacio de los demás. Su estilo, serio y discreto, y sus pocas ganas de meterse en líos inútiles y molestos, hacía que fuera natural corresponderle del mismo modo. Así era todo más fácil, y el respeto mutuo fue la norma de nuestra relación…
13 ENERO 2012
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