…Sábado, veinticuatro: el sueño era cada vez más continuado y profundo. Sus escasas palabras eran ya un susurro ininteligible. Después de algunos escasos y breves intentos, el murmullo se apagaba y los párpados se entrecerraban. Los rasgos, más afilados, se poblaban de concavidades y sombras. No ingería alimentos, el cuerpo se empequeñecía, y la piel se encogía, inservible, entre ondulaciones y repliegues. La respiración era tranquila, acompasada. A pesar de la devastación, su cuerpo, enjuto y consumido, mantenía la dignidad que siempre tuvo. Quizá, pensé consoladoramente, es en la enfermedad, y más aún en los momentos finales, cuando uno muestra quién ha sido y cómo ha vivido. También pensé que la agonía es el momento más íntimo, intenso e intransferible que se pueda vivir…
12 ENERO 2012
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