…No hice caso al tipejo que había irrumpido estridentemente en la trémula y lívida habitación. Cansado de mi indiferencia, a pesar de que mi vieja cámara grande le fotografiaba, se sentó a esperar que la mañana transcurriera y que el inexorable y fatídico paso de las horas diera algún sentido a su absurda existencia de esa mañana. Me dio la impresión de que él sabía lo que estaba sucediendo; yo también lo sabía; por eso, nada más teníamos que decirnos. Ambos esperábamos que el reloj nos indicara que ya podíamos dejarlo todo como estaba, que, al menos durante unas horas, habíamos conseguido salvarnos burlando a la nada absoluta. Pobres, él y yo. No queríamos saber que, el hecho de habernos levantado y braceado un poco durante unos instantes, como si hiciéramos algo, no nos había salvado de nada. Él, al menos, había alcanzado la lucidez de saber sentarse a esperar aparentemente tranquilo, mientras yo, que aún no he llegado hasta ahí, me dedico, en mi desorientado infortunio, a mis absurdos y banales juegos…
24 MAYO 2013
© 2013 pepe fuentes