Alejo Carpentier recordaba que una vez, caminando con Robert Desnos por los alrededores de un viejo mercado de París , vio a dos curas asomados a una ventana de un edificio, justo encima del cartel de la tienda del primer piso que decía: «Fábrica de trampas». No dudó un segundo en sacar su cámara y fundir en una sola imagen el improbable encuentro de los emisarios de la Iglesia y aquel revelador letrero. La instantánea encajaba perfectamente con el gusto surrealista: era algo inesperado y casual, paradójico y absurdo, pero al mismo tiempo cargado de significados transgresores. Carlos Granés
7 JULIO 2013
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