Unos días después, a las siete y media de la tarde, con cuarenta grados centígrados, decidí volver al camino de mis paseos, el que bordea el río (en realidad voy casi todos los días). Hacia el final de mi recorrido el pastor otra vez; le vi acercarse contento y me temí lo peor, que efectivamente sucedió: se paró frente a mí con la excusa de preguntarme la hora (observé que de un caluroso y desenfadado –alhaja-, del otro día, pasó a un circunspecto -usted- lo que me decepcionó un poco). Entablamos conversación. El pastor casi amigo ya (por cierto, no sé cómo se llama) estaba empeñado en preguntarme en qué trabajaba, a lo que le contesté que en Nada, que estoy retirado, pero que en su día lo hice por cuenta ajena. Manifestó decepción porque para él, según dijo, no hay nada como no tener que depender de nadie. Las ovejas son mías -dijo- y no tengo que dar cuenta a nadie de nada. Un espíritu libre e indomable, pensé. Aunque claro, a pesar de sus cuarenta y ocho años ya, no parecía haberse dado cuenta de que todos los días sin excepción tiene que dar cuenta a las ovejas, pero no se lo dije. No quería tiranteces con mi nuevo amigo. Me contó que lo más importante es que las ovejas coman y da igual la hora, aunque con menos calor sería mejor para él y para ellas. No pude menos que estar completamente de acuerdo. También me habló de que cuando tenía dieciocho años manejaba mejor a las ovejas que ahora, con treinta más. También estuve de acuerdo en eso, y le dije, por decir algo: -es normal,con los años perdemos facultades-. Como asentía a todo lo que decía (porque era un hombre con sentido común), se animó a seguir detallando sus valores existenciales. Sacó otro tema de conversación y afirmó:-si alguien puede «pillar» algo es lógico que lo haga (se refería a los casos de corrupción) porque ese instinto es connatural al ser humano y pensar otra cosa es ingenuidad-. También le di la razón. En realidad yo, al pastor, le doy la razón en todo. Somos casi amigos ya, no? Pues eso. Estábamos a pleno sol y entre el calor y el alto nivel intelectual al que había derivado la conversación me agobie y decidí marcharme, lo que hice casi abruptamente. Cuando me alejaba oí que se había arrancado a cantar una copla aflamencada. Claro, es lo que hacen los pastores: filosofar, poetizar y cantar, -me dije-. «Hesíodo se hallaba al pie del monte Helicón apacentando sus ovejas cuando se le acercaron las Musas y le dieron un cetro que lo consagraba como poeta» (inicio de la Teogonía). Dentro de unos días procuraré charlar otro rato con el pastor, seguro que aprendo algunas cosas.
27 AGOSTO 2013
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