16 NOVIEMBRE 2013

…A pesar de mi intranquilidad, o más bien miedo, fotografío en esos lugares porque a pesar de que la vida que contenían se ha truncado, suspendido, «algo» ha quedado, siempre queda, y ese «algo» es lo que busco, aunque nunca sé exactamente qué es. A partir de que las personas que allí vivían partieron, tomaron su lugar elementos y fuerzas desconocidas que actúan sobre sus paredes, en los objetos, en la atmósfera, en la luz y en la oscuridad y después de un tiempo los espacios se llenan de poderosos y misteriosos influjos. Cuando penetro de día en uno de esos lugares no puedo evitar imaginármelos de noche y un escalofrío de temor difuso y opresivo me invade. En las cuevas de La Mancha, halos de luz incontenibles e imperceptibles se movieron y solo fueron visibles para la película contenida en mi vieja cámara. Quizá fueran señales de los desparecidos habitantes de las cuevas, o ectoplasmas sorprendidos por mi presencia, o nada, y todo sea consecuencia de mi propia inconsecuencia. Hacía tiempo que no me ocurría nada parecido pero, observando los negativos que realicé esa tarde, creo que «algo«, tal vez emanaciones evanescentes de energía desconocida, se metieron en algunas de las fotografías, desplazándose irresistible y fugazmente hacia el interior de las escenas. Siempre que lo inexplicable ha visitado mi cámara me da por pensar, ingenuamente, que alguna fuerza o poder debo tener para convocar a lo inaprensible. Sonrío escépticamente con esa fantasiosa posibilidad y me digo -no seas tonto, eso es, simplemente, inaudito-…