Me pregunto: qué pretendo con estos descarnados ejercicios de introspección flagelante, lanzados al mundo pero solo visibles para mí. Nada, porque todo lo que digo ya lo sé, aunque no esté seguro del todo: ya se sabe, uno no llega a saber completamente nada de nada, ni siquiera de uno mismo. Cuál es la propia realidad, la verdad más concluyente de uno mismo, no creo que nadie lo sepa, yo al menos no. Me parece. Solo se perciben indicios que con un cambio de circunstancias pueden mutar salvajemente (por eso me ha gustado tanto la serie para televisión de la que hablaré a partir de pasado mañana). En todo caso, como nadie llega a saber profundamente nada, mejor la propia versión, porque al menos es la más cercana y atenta. Quizá, lo que busque, es ahorrarme una siempre conveniente terapia, gestáltica, por ejemplo, que es del tipo que más me interesa (la hice hace años y cambió favorablemente algunos malos comportamientos por mi parte, eso sí, solo durante un rato, luego otra vez a lo mismo). O, tal vez, mi secreta intención sea dejar constancia de mi ser y estar para que alguien se acuerde de mí, Lucía y Emma, por ejemplo, aunque en este caso quizá debiera mostrar una imagen más airosa y solvente para que no tengan que lamentar nada, pero eso no serviría, por falaz e impostado. Mejor que sepan la jodida verdad…? En resumen, cualquier intento de transcender que adopte y que sea propio de mis escasos méritos será tan quimérico como arrojar un mensaje al mar en una botella. Lo más probable será que me pase lo que a mi padre pero al menos él no se tomó la molestia de dejar nada suyo en el mundo (solo a mí y menuda inversión hizo el pobre) por lo que le ha eximido de la culpa de olvidarle; así que, como yo no me resigno, dejaré miles de fotografías y escritos y así la culpa del olvido será de los demás. Qué se jodan con su pecado…
7 MARZO 2014
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